Existen componentes naturales en algunos alimentos, como la cafeína, teína y teobramina, que nos generan bienestar pero también existen otros que, por el contrario, nos pueden perjudicar haciéndonos sentir tristeza, cansancio o poca motivación. Es por ello que tu rutina de alimentación afecta tanto a tu físico como a tus emociones.
La ciencia ha demostrado que existe una estrecha relación entre el consumo de azúcar y la depresión. Frente a ello, es importante distinguir el azúcar que se encuentra en las frutas, la fructuosa, no tiene ese efecto. Lo cierto es que, la combinación de azucares con grasas saturadas pueden incidir en el desarrollo de un trastorno emocional.
Se debe tener en cuenta que el cambio no se dará de un día para otro, lo importante es comenzar. Sustituir una infusión de té por una gaseosa es un buen primer paso, o comerte una fruta en vez de un dulce. La idea es ir sentando bases hacia una rutina que beneficie a tu físico y emociones.
Registrar en una libreta todo lo que comes, te permitirá detectar si algún estado de ánimo te lleva a comer un alimento específico. De igual manera, observar si te dejas influenciar por tu entorno te ayudará a establecer límites saludables.
También puedes practicar actividades al aire libre para drenar esas emociones que te llevan a comer lo que no debes. Mantener una rutina en cuanto a los horarios y los tipos de comida de la semana te será de gran ayuda.
La comida nunca debe usarse como herramienta para compensar un sentimiento, por eso se debe estar atento. Ante el primer indicio de una conducta de ese tipo, lo más sabio es buscar ayuda. Una evaluación interna, en retrospectiva, te permitirá detectar si algo funciona mal. Tú más que nadie conoces tus sentimientos y lo que te genera cada emoción.